En Paraguay, según investigaciones recientes, un solo empresario maneja una fortuna que se estima es ocho veces mayor que el Producto Interno Bruto (PIB) del país. Este dato revela una profunda disparidad: mientras una minoría concentra inmensas riquezas y poder económico, la mayoría de los paraguayos enfrenta una realidad marcada por la pobreza y la necesidad.
Si una persona tiene tal control sobre el poder económico, financiero y político del país, pero la calidad de vida de la población sigue siendo precaria, algo no está funcionando correctamente.
Es hora de reflexionar sobre una frase repetida hasta el cansancio en las campañas políticas: "Vamos a estar mejor". Esta promesa, que nunca se concreta, se refleja en servicios de salud deficientes, una creciente inseguridad, un aumento en el desempleo y en las iniciativas del Ejecutivo que insisten en promulgar leyes perjudiciales para los trabajadores y organizaciones sin fines de lucro, como las cooperativas.
Es evidente que este “Nuevo Rumbo” no es lo que Paraguay necesita. Vivimos en un país rico, pero con una población empobrecida, donde los gobernantes y las élites económicas parecen no tener intención alguna de compartir la riqueza ni mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
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