Por el: Lic. Pedro Acosta
Se cuenta que los egipcios fueron los primeros en experimentar con los preservativos, utilizando tripas de cabras u ovejas para evitar contagios y embarazos no deseados. Este relato histórico nos lleva a una reflexión profunda sobre la realidad política en Paraguay, donde las campañas políticas han dejado de ser las festividades coloridas de antaño para convertirse en combates encarnizados y llenos de retórica vacía. En este contexto, se destaca cómo los candidatos, temerosos de enfrentarse a la verdad, se escudan en disfraces de humildad mientras perpetúan un sistema de manipulación y abandono.
En épocas pasadas, las campañas políticas en Paraguay eran eventos familiares llenos de entusiasmo y esperanza. Las familias acudían en masa a recibir a los candidatos de los partidos tradicionales, creyendo en las promesas de un futuro mejor. Hoy, estas campañas se han transformado en batallas llenas de palabras huecas, donde los candidatos temen el enfrentamiento directo con el pueblo. Este miedo se manifiesta en su reticencia a enfrentar la realidad cruda que desvela sus mentiras disfrazadas de esperanza y sus fachadas de oposición.
La verdad empírica del abandono por parte de las autoridades se revela una vez que han logrado su objetivo: mantenerse en el poder. Los políticos, que antes vestían con trajes y corbatas, ahora adoptan atuendos más casuales –jeans, camisetas de mangas cortas, gorras– en un intento de parecer uno más del pueblo. Este cambio superficial no es más que una estrategia conspirativa para infiltrarse entre la gente y ganar su confianza con la promesa de renovar la esperanza.
Sin embargo, detrás de estas promesas yace una nefasta realidad: la política ha dejado de ser un servicio para convertirse en una maquinaria de manipulación. Los políticos se han convertido en administradores de la pobreza, creando masas de personas necesitadas que pueden ser fácilmente manipuladas. La estrategia es simple: convencer a los líderes comunitarios, los caudillos y caudillas, para que mientan en su nombre, ofreciendo falsas esperanzas de trabajo digno o acceso a la educación para sus descendientes.
Estos líderes, a menudo valerosos y llenos de un verdadero espíritu de servicio, son utilizados como herramientas fundamentales en la búsqueda y captura de votos. Hace unos días, en una reunión de estos hombres y mujeres valerosos, se destacó una dama con convicciones firmes que, ante el pleno, desenmascaró la cruda realidad de la política criolla paraguaya. Con una voz fuerte y determinada, proclamó: “¡Somos el equipo condón! Nos han utilizado una vez más y nos han tirado como un condón.”
Estas palabras, simples pero poderosas, resonaron en mi mente analítica, evocando una interpretación inevitable de la metáfora utilizada. El político, en su deseo de poder, se transforma en una aventura carnal: miradas, coqueteo, seducción, convencimiento, penetración y, finalmente, eyaculación. Al culminar el acto, el condón se desecha, ya ha cumplido su propósito. Este proceso, que finaliza en el desecho del preservativo, simboliza perfectamente la forma en que los políticos utilizan y luego descartan a aquellos que los apoyaron.
En esta cruda analogía, la política paraguaya se revela en toda su crudeza: una estructura donde la manipulación y el engaño son las herramientas principales, y donde la verdad y el servicio son sacrificados en el altar del poder. La realidad es que, para muchos políticos, el pueblo no es más que un medio para un fin. Y una vez logrado ese fin, el pueblo es descartado, como un condón usado.
Es imperativo, entonces, que como sociedad reconozcamos esta dinámica y trabajemos para cambiarla. La esperanza de un futuro mejor no puede ser construida sobre la base de mentiras y manipulación. Debemos exigir integridad y responsabilidad de nuestros líderes, y rechazar la falsa humildad que solo busca perpetuar el ciclo de engaño y abandono.
Solo así podremos construir una verdadera democracia, donde la política sea, de nuevo, un servicio genuino para el pueblo. Exigir el compromiso, donde sea, con quién sea, en cualquier lugar, pues la alternativa sería el silencio y más vale una verdad dicha que un silencio cómplice.
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