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Aldo Zucolilo, alias “el Tiranosaurio de la Calle Yegros”, se delata a sí mismo disparando balas de salva que le dañan más a él que a sus enemigos
Dijo un gran pensador que la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud, por lo cual es frecuente que algunos reflejan sus propias culpas en los demás. Es el caso del Tiranosaurio de la calle Yegros, que a medida que pierde negocios, influencia y credibilidad, se va incriminando a sí mismo en cada vez mayor cantidad de chanchullos oscuros.
Su última obsesión es recuperar el control sobre la mafia del fútbol, que al parecer se le fue de las manos una vez más. Al respecto, Alejandro Domínguez ha señalado en una publicación reciente que Zucolillo, amigo íntimo desde la infancia y socio comercial de Nicolás Leoz, había guardado un sospechoso silencio durante tres décadas mientras se saqueaba al fútbol sudamericano. Sin embargo, en el último semestre ha publicado con enormes titulares decenas y decenas de artículos atacando a una nueva dirigencia que, obviamente, le arrebató algunas ganancias. Si hubiera sido otro motivo, no sería un interminable pescador en río revuelto como Zucolillo el instigador de dichas versiones.
Se sabe además, que Nicolás Leoz, ex titular de la Conmebol implicado en el escándalo FIFA, realizó millonarios depósitos en el banco del empresario Atlas, de Aldo Zuccolillo, propietario de Abc Color. Domínguez ya ha exhibido al respecto varios documentos de depósitos y extracción, de 150 millones, 220 millones, 230 millones y más, así como contratos entre Leoz y el Banco Atlas de Zucolillo, que datan del 2005. Señaló que entregarían los documentos hoy.
Nicolás Leoz, ex titular de la Confederación Sudamericana de Fútbol, es acusado por la Fiscalía de los EEUU por hechos de corrupción dentro de la FIFA, que incluye lavado de dinero, fraude y crimen organizado, al igual que varios otros dirigentes.
Zucolillo tiene muchas otras historias parecidas, como la que lo vincula con Luis Raúl Menocchio, con quien lo unía una de sus tantas empresas ocultas en la semipenumbra. En efecto, Aldo Zuccolillo y Juan Carlos Wasmosy fundaron una empresa de comunicación el 27 de diciembre de 1989, denominada Telsat S.A. ante la escribanía de Milciades Rafael Casabianca, pariente de Ramón Jiménez Gaona, primo y socio de Wasmosy en varias empresas de construcción, incluyendo Conempa. Otro socio inicial de Telsat fue Angel Arias Arias, un ex directivo de ABC Color con acciones minoritarias.
Según la escritura pública N° 127, inscripta en el Registro Público de Comercio bajo el N° 430, el 10 de mayo de 1990, todos estos empresarios integraron dicha sociedad con sus respectivas esposas. Zuccolillo con Graciella Pappalardo; Wasmosy con Teresa Carrasco, y Arias con María Elvira Dos Santos. El artículo 5° de esa sociedad señala que la misma “tendrá por objetivo principal la transmisión televisiva, en circuito cerrado, de programas preparados y/o propalados desde el país o desde el extranjero… Podrá realizar –sin limitación– toda operación lícita comercial, industrial, inmobiliaria, agropecuaria o de cualquier orden que se relacione o no al principal objeto social, pero que fuera considerado beneficiosa para los intereses societarios”. A mediados del 2002, el gobierno de Luis González Macchi tambaleaba por efectos de la corrupción. ABC Color publicaba a diario calamidades insospechadas de funcionarios de menor rango y del propio Presidente de la República. Ese fue el momento en que apareció la información documentada, y censurada en todos los medios de comunicación, que Aldo Zuccolillo era socio de Wasmosy y una de las empresas compartidas era Telsat S.A. y la misma era presidida por Luis Raúl Menoccio.
Algunas transnacionales demandaron judicialmente en Paraguay a Telsat por piratear señales televisivas que se emitían por cable. ¿Eran piratas Zuccolillo y Wasmosy?
Paradójicamente, Aldo Zuccolillo, en su carácter de dirigente de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, dominada por los diarios norteamericanos, era por entonces uno de los principales promotores de la defensa de los derechos marcarios e intelectuales, en el marco del Consenso de Washington. El presidente de Telsat, Luis Raúl Menocchio, dirigía otras 20 empresas, satélites del primero, diseminadas por todo el país y cuando fue enjuiciada Telsat, sencillamente optó por esconderse y seguir con sus fiestas.
La justicia actuó con rapidez inusual por tratarse de la demanda de transnacionales norteamericanas. En ese ínterin ABC Color publicaba todo tipo de especulaciones en torno al “prófugo” Menocchio. Una de las publicaciones emblemáticas de la hipocresía tiranosáurica salió a luz el 24 de mayo del 2002, página 24, bajo el título a seis columnas: “El propio González Macchi habría, ‘coqueteado’ con Menocchio”.
En ningún párrafo de la crónica se hacía referencia que los fundadores de Telsat S.A. eran Aldo Zuccolillo y Juan Carlos Wasmosy. Ni siquiera se mencionó a Fernando Villalba como vicepresidente de Telsat, quien en ese momento se desempeñaba como viceministro de Industria y como tal aliado estratégico de la poderosa tabacalera transnacional, la British American Tobacco, BAT, que pagaba los servicios de Villalba, “por trabajos de inteligencia”, siendo éste funcionario público.
Piratería, anexo narcotráfico Abandonado por sus socios, aunque impune, Menocchio profundizó su adicción a la cocaína y organizaba de tanto en tanto fiestas orgiásticas que compartía con ciertos periodistas y empresarios de Asunción. Poco tiempo después, en agosto del 2004, Menocchio asesinó a un socio, el empresario Eduardo Maciel (56) y su secretaria Graciela Méndez (22). El primero fue ejecutado con dos tiros en la cabeza y otros tres en el tórax y la mujer con dos certeros disparos en el pecho. Al estilo de la mafia, el asesino sepultó a sus víctimas en sendos tambores sellados con cemento, los cuales fueron arrojados en los arrabales de Fernando de la Mora. Los tambores con los cadáveres embutidos fueron hallados por humildes vecinos de la mencionada ciudad, vecina a Asunción. La Policía, al seguir con las investigaciones, allanó algunas viviendas, entre ellas la del abogado Humberto Arévalos, donde descubrieron una camioneta Ford Explorer, chapa AGB 149, propiedad de Aldo Zuccolillo, la cual era utilizada por Menocchio.
El vehículo había sufrido tremendos impactos frontales. El trasfondo era el tráfico de drogas. Al parecer, los finados fueron testigos de un alije importante y hablaron demasiado. Los investigadores presumían por entonces que Menocchio trasladó a sus dos víctimas en el citado vehículo, propiedad del director propietario del diario ABC Color. ¿Estaba envuelto Zuccolillo en el tráfico de drogas?
Entre tanto, otro empresario, Gustavo Pérez, se apoderó de la mansión que utilizaba su socio Menocchio en el barrio Villa Morra de Asunción, según las crónicas periodísticas.
Luego de unas triquiñuelas jurídicas habituales en Paraguay, a través del abogado Paciello (h), la Justicia y la Fiscalía le dieron escapatoria a Menocchio. Se refugió en la Argentina, donde, en Corrientes, años después, otra persona fue asesinada por el ex socio de Zucolillo y ex presidente de Telsat. Allí, se descubrió que el asesino serial había sufrido una metamorfosis facial como consecuencia de una estilizada cirugía plástica. La justicia argentina, menos corrupta que la paraguaya, metió en la cárcel al aventurero criminal. En determinados pasajes de su declaración ante los jueces del vecino país, Menocchio mencionó que en Paraguay tenía socios muy poderosos, a los cuales nunca identificó. La prostituida justicia paraguaya solicitó la extradición de Menocchio, seguramente para darle protección y una nueva escapatoria. O quizás para una “quema de archivo”.
El nexo entre Zuccolillo y Menocchio quedaba al descubierto, una vez más, a través de la camioneta, y los lazos iban más allá de Telsat. Pero Zuccolillo no fue investigado por este hecho por la Fiscalía, ni por la Policía. Tan impune como se sintió siempre, ni siquiera habló del tema aunque sea a través de su diario ABC, tan locuaz cuando se trata del crimen ajeno.
Es que los poderosos en Paraguay, invariablemente, quedan impunes y no necesitan dar mayores explicaciones.
Fuente: Diario Siglo xxi - Luis Aguero Wagner.
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